Como se suele decir en Toledo, ya huele a Corpus. El jueves 16 de junio -fecha variable, pues se celebra sesenta días después del Domingo de Resurrección– Toledo volverá a celebrar su fiesta grande que para la mayoría de los toledanos -laicos o religiosos, creyentes o ateos – es digna de la mayor admiración, ya sea por la liturgia que la acompaña, por sus elementos profanos -decoración, música, fuegos artificiales, gigantones, cabezudos y tarasca – o simplemente por ver en la calle la maravillosa obra de arte que es la custodia de Enrique de Arfe.
Sin embargo, la fiesta del Corpus tiene un origen indiscutiblemente religioso que es imprescindible conocer, pues en pocas palabras, para los católicos el día del Corpus Dios sale a las calles de la ciudad. Por algo se suele decir en Toledo que hay tres jueves que brillan más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión.
Toda historia debe comenzar por el principio y, en este caso, debemos referirnos a la Biblia, donde en el relato de la Última Cena Jesús afirma: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo” … “Tomad y bebed, esto es mi sangre”. La Iglesia siempre interpretó esto de forma literal, sin simbolismos, por lo que durante la Eucaristía, tras formular el sacerdote la fórmula de la consagración, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y en la sangre de Cristo. Esto es denominado el milagro de la transubstanciación.
Sin embargo, en la Edad Media algunos teólogos no lo tenían tan claro, como es el caso de Berengario de Tours, que cuestionaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía, afirmando que el pan y el vino eran únicamente símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo, pues tras la consagración el pan seguía sabiendo a pan y el vino, a vino. La Iglesia declaró hereje a Berengario y zanjó la cuestión afirmando que sí que se produce dicha transformación, a pesar de que las especies del pan y el vino mantengan sus anteriores propiedades.
Casi dos siglos después los enigmáticos cátaros volvieron a negar el milagro de la transubstanciación, por lo que también fueron declarados herejes y poco tiempo después, en 1264, el papa Urbano IV extendió la celebración de la fiesta del Corpus Christi por medio de la bula Transiturus de hoc mundo, verdadera carta fundacional de una fiesta que, en pocas palabras, celebra la verdadera presencia de la sustancia divina en el pan de la misa. En el siglo XIV volvió a ser impulsada por los Decretales del papa Clemente V, el primero de los siete papas que residió en Aviñón. Por cercanía con esta ciudad francesa, la fiesta pronto pasó a la corona de Aragón. Y esto es un hecho clave.
A partir del siglo XIV se dan las primeras procesiones con que se honraba esta festividad, al tiempo que se tiene noticia de milagros de hostias sangrantes, como el llamado milagro de los Corporales de Daroca – precisamente en la corona de Aragón – que consolidó la creencia a nivel popular.
Si bien se suele afirmar que la primera fiesta del Corpus se celebró en Toledo en 1280 con la participación del rey Alfonso X el Sabio, esto no es más que una leyenda, pues el Corpus llegó a Toledo de la mano del arzobispo don Jimeno de Luna, que había sido obispo de Zaragoza y Tarragona. La primera referencia documental a una procesión del Corpus en Toledo data de 1372, que en pocos años fue creciendo, hasta el punto de que a finales del siglo XV una primitiva custodia ya iba acompañada de trompeteros y atabaleros, hachas encendidas, ángeles cantores, varios órganos transportados por peones y tocados por un organista y, más curioso aún, ya había gigantones que bailaban al son de la música, acompañados por panzones, diablos y judíos, además de unos carros en los que se representaban pequeñas obras de teatro de temática religiosa.
En 1505, en el contexto de una obra en la que aparecía Lucifer acompañado de seis diablos se tiraron los primeros cohetes, como sigue siendo habitual a día de hoy. Todo estas obras iban acompañadas de una aparatosa escenografía – los efectos especiales de la época. No obstante, la procesión del Corpus creció en el arzobispado de Toledo mucho más que en cualquier otro lugar, hasta el punto de que comenzó a influir en el resto del reino de Castilla, Aragón e incluso el modelo se exportó a América y Filipinas. Por algo Toledo era la sede primada de las Españas.
En cualquier caso, ya desde el siglo XVII se celebraba el Corpus de un modo similar a como se sigue haciendo hoy día: con gigantes, tarasca, música, cohetes, flores, adornos, calles entoldadas, incienso y hierbas aromáticas y, por supuesto, con la concurrencia de una gran multitud.
El origen de los famosos gigantones es verdaderamente enigmático, sin que los investigadores se pongan de acuerdo de donde surgieron primero, pues unos dicen que de los Países Bajos llegaron a Aragón y, de ahí a Castilla, y otros dicen que es justo al contrario. Da que pensar que en 1391 en Barcelona ya se mencione a un gigante, pero al parecer simplemente formaba parte de la escenografía de una obra teatral, representando a Goliath, aunque se sospecha que era un señor subido a unos zancos. También da que pensar que els gegants se extendiesen por toda Cataluña en el siglo XVII, que es cuando la fiesta empezó a tomar especial fuerza en Toledo. Lo que sí parece seguro es que es en Toledo donde por primera vez los gigantones simbolizan las diferentes partes del mundo, pues ya en el siglo XVI existían gigantones españoles, turcos y africanos. Así sigue siendo a día de hoy, pues los actuales gigantones representan a cristianos, musulmanes y judíos, a los que recientemente se han sumado los héroes comuneros Juan de Padilla y María Pacheco.
Más enigmático aún es su significado, aunque se suele coincidir en que simbolizan al mal, el pecado o la herejía, que son vencidos por el cuerpo de Cristo sacramentado. Otras versiones afirman que representan a todos los reyes del mundo, que se postran ante la religión cristiana, o que el cristianismo había llegado a todas las partes del mundo. Sin embargo, el número y aspecto de los gigantes variaba según las ciudades, interpretándose, por ejemplo, en Santiago de Compostela como peregrinos y en Sevilla como los pecados capitales, pues eran siete. Por tanto, no parece que en todas las ciudades tuvieran el mismo significado, aunque en Toledo nos podamos quedar con lo antes dicho.
Menos incierto parece el significado de la tarasca, un dragón que indudablemente representa al demonio, que lleva encima a Santa Marta, en referencia a una leyenda que relata cómo esta santa doblegó a un dragón valiéndose de sus plegarias. En Toledo se dice que esta muñeca representa a Ana Bolena, una de las esposas de Enrique VIII, que en el siglo XVI dio lugar al cisma anglicano al casarse con ella. No obstante, esta afirmación no es más que una tradición de origen popular. Lo que sí parece cierto es que la tarasca de Toledo debió ser la primera de España, pues ya es mencionada en el siglo XV.
Gentes de diversa procedencia – pero en especial de Toledo y alrededores, dado que es festivo en toda la región – disfrutan en esa Semana Grande del Corpus de actividades culturales como conciertos, exposiciones, o la visita a los patios. Esos tesoros escondidos dentro de innumerables inmuebles de la ciudad, ya sean casas, antiguos palacios o conventos, que sorprenden y encandilan cada año a todo aquel que los visita.
Sin embargo, toda la atención se la lleva sin lugar a dudas la gran procesión de la mañana del jueves. Para ir calentando motores, el día anterior a ésta, por la mañana se realiza una gran ofrenda floral en la que participan los colegios de la ciudad así como el Arzobispo en la Puerta de los Reyes de la Catedral. Ya por la tarde, la Tarasca y los Gigantones hacen su aparición recorriendo las principales calles del casco. Tanto niños como adultos disfrutan de este peculiar desfile que viene acompañado por una banda de música. Tras éste, el pertiguero sale por la noche con su vara para comprobar que los toldos y los adornos que se encuentran en el recorrido de la Carrera Procesional de la Custodia no dificultan su paso en el día grande. Finalmente, un castillo de fuegos artificiales dan paso a una larga noche en la que las emociones están a flor de piel a la espera de la procesión.
En un recorrido de unos dos kilómetros que van desde la Puerta Llana de la Catedral Primada, pasando por la Plaza Mayor, la Plaza de Zocodover, la Iglesia de San Ildefonso o el Salvador, la larga comitiva que la forma está constituida tanto por laicos como por religiosos, así como se exhiben verdaderas joyas artísticas y eucarísticas. Entre los primeros, un piquete de la Guardia Civil a caballo con uniforme de gala inicia la marcha seguido de timbaleros del Ayuntamiento vestidos con ropajes del siglo XVIII. También aquí, en los inicios de la procesión, vemos un pertiguero, con peluca y capa blancas y su vara de 130 cm. de plata, el cual no hay que confundir con el del día anterior. El que ahora nos ocupa se encarga de ir anunciando la llegada de la procesión. Casi al final del cortejo también hay que contar con representaciones de las autoridades civiles – de la Presidencia, el Ayuntamiento, la Diputación Provincial – la Universidad de Castilla la Mancha y la Academia de Infantería.
Obviamente, la representación religiosa es la mayoritaria. Cofradías, hermandades, clero regular y secular, diáconos y demás acólitos, desfilan acompañando a la gran Custodia tras la que desfila el Arzobispo Primado.
Por mencionar a algunas de las múltiples cofradías y hermandades que desfilan – podríamos llenar unas cuantas páginas con cada una de ellas – inicia la comitiva la del Gremio de Hortelanos, el único gremio que ha perdurado desde la Edad Media. La Cofradía Internacional de Investigadores del Santo Cristo de la Oliva reúne a doctores y licenciados del mundo, algunos de ellos desfilando con capa negra a modo de toga, golilla y guantes blancos, su insignia a modo de colgante y birrete del color de su especialidad. Otras cofradías que no son de Toledo también han sido invitadas a participar, como es el caso de la Cofradía de Caballeros Cubicularios de San Ildefonso y San Atilano que desfilan desde 2008. Aunque sin duda, es la Cofradía de la Caridad la que recibe un gran honor dentro del cortejo. Desfila entre el clero secular, cerca de la Custodia, por ser la cofradía más antigua de Toledo – fundada allá por 1085 – y posiblemente de las más antiguas de España.
El Capítulo de caballeros y damas mozárabes también tiene su presencia en la procesión pues la comunidad mozárabe en Toledo ha sido y es un agente social básico de la ciudad. Son los descendientes de aquellas personas que, aún bajo dominio islámico, conservaron su fe y su liturgia. Llegó así a haber en Toledo seis parroquias mozárabes, así como en el siglo XVI, el Cardenal Cisneros quiso impulsar esta liturgia con la creación de la Capilla Mozárabe en el templo primado. La Hermandad de Caballeros Mozárabes nació en 1966 – aunque más bien hay que hablar de restauración pues se rastrean sus ordenanzas hasta 1513 – y la distinguirás en la procesión puesto que sus miembros visten un manto de paño azul, birrete del mismo color, llevando en el brazo izquierdo la cruz dorada de Alfonso VI de 12 puntas.
Igualmente tiene su presencia un colegio destacado en la ciudad, cuya fundación hizo un arzobispo: Juan Martínez Silíceo. Estamos hablando del Colegio de Nuestra Señora de los Infantes, creado en 1552 para formar a los clerizones, niños que ayudaban en la liturgia de la Catedral Primada y de entre los cuales destacaban por sus voces seis. Los llamados “seises” destinados a cantar en los actos de culto. Estos “seises” desfilaban justo delante de la Custodia,para darle paso con sus cantos, aunque finalmente fueron sustituidos por unos pajecillos.
De entre todos los objetos artísticos que procesionan – sin contar la Custodia que merece una mención aparte – entre estandartes, cruces parroquiales y procesionales, báculos y varas, al inicio de la marcha, tras el pertiguero, sale la cruz catedralicia del siglo XV (está fechada hacia 1475). Fue un regalo del rey Alfonso V de Portugal al arzobispo Alfonso Carrillo como agradecimiento por su respaldo durante la guerra de sucesión castellana. De plata dorada, presenta en el centro a Cristo crucificado a cuyos pies descansa la calavera y dos huesos trenzados de Adán. En los brazos de la cruz, un par de ángeles recogen con un cáliz la sangre que salta de sus manos. Coronando esta joya verás un pelícano que se picotea el pecho para alimentar a sus crías, símbolo eucarístico de cómo Cristo sangró por los fieles. La cruz se coloca sobre una manga procesional de seda y bordada en oro realizada en 1510 por orden de Cisneros, presentando cuatro escenas: la Asunción de la Virgen, la Adoración de los Reyes, el Martirio de San Eugenio y la Aparición de Santa Leocadia.
Acercándonos al corazón de la procesión, verás otra cruz de gran importancia: la cruz del Cardenal Mendoza, regalo a la Catedral de éste personaje, aunque original solo se conserva el astil gótico de plata. Según el testamento de Mendoza, la cruz fue el primer símbolo cristiano que entró en Granada tras la conquista de los Reyes Católicos. Concretamente a una de las torres de la Alhambra. Sea como fuere, este importante objeto artístico precede al cabildo catedralicio y a la Custodia en la procesión acompañado de acólitos, diáconos o los pajecillos, niños vestidos con pelucas blancas y vestimentas barrocas multicolores que van arrojando pétalos de rosas delante de la carroza donde se traslada la Custodia y el cuerpo de Cristo.
La Custodia de la Catedral Primada es, se mire por donde se mire, una joya única por muchas razones: