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5 de octubre de 2023El Real Colegio de Doncellas Nobles: El gran desconocido de Toledo
Dentro de la enormidad del casco histórico de Toledo, es fácil comprobar que existen dos ámbitos bien diferenciados. Por un lado existe un Toledo masificado que va desde la plaza de Zocodover hasta la iglesia de Santo Tomé. En ella es donde se encuentra la obra más conocida del Greco, El Entierro del Señor de Orgaz. Cuadro de enormes dimensiones que encandila a todos aquellos que nos acompañan en este free tour por Toledo. De un punto a otro, se pasa por la estrecha calle Hombre de Palo, cuyo nombre te explicamos en este otro tour por el Toledo subterráneo, y por la plaza del Ayuntamiento. Aquí se encuentra la Catedral Primada de la que te contamos algunas curiosidades aquí.
Sin embargo, también existe otro Toledo, más extenso y auténtico, que apenas es transitado por turista alguno y que, en buena medida, todavía guarda la esencia de la ciudad. Esta parte menos turística es la que deseamos dar a conocer en nuestras visitas guiadas por Toledo. El Real Colegio de Doncellas Nobles es el menos visitado de los siete monumentos que se incluyen en la Pulsera Turística. ¿A qué se debe? Quizás a que, a menudo, los turistas temen explorar con profundidad una ciudad histórica por temor a perderse. Prefieren la seguridad de moverse por una zona más transitada y mejor señalizada. Lo cierto es que, desde su apertura al público en 2016, este monumento apenas ha recibido la atención que merece. A nosotros nos gustan los retos. Por ello, hemos escrito este artículo para así aportar nuestro granito de arena con el fin de que cada día más gente, ya sean toledanos o turistas, se decidan a desviarse un poco de los recorridos habituales y se atrevan a conocer este olvidado episodio de la historia de la Ciudad Imperial. ¿Te vienes con nosotros a descubrirlo?
El Real Colegio de Doncellas Nobles: El gran desconocido de Toledo
El fundador del colegio: Juan Martínez Silíceo
El Colegio de Nuestra Señora de los Remedios - pues así se llamó originalmente - fue fundado por el arzobispo de Toledo Juan Martínez Silíceo en el año 1551, tan solo seis años antes de su muerte. En realidad, el fundador se apellidaba Martínez Guijarro y nació durante el reinado de los Reyes Católicos en Villagarcía de la Torre, un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz. Nació Juan Martínez en una familia de labradores de escasos recursos. A pesar de ello, logró cursar estudios universitarios en París, donde con tan solo 24 años impartía docencia en la Universidad de la Sorbona. Se trata, por tanto, de un profesor universitario que se ordenó como sacerdote cuando residía en París. Dicen que también fue en la capital francesa donde transformó su apellido, pasando de Guijarro a Sílex, que significa piedra en latín. Unos dicen que para ocultar sus orígenes humildes. Otros que era común en la época. Cuando cambió las aulas de París por las de Salamanca, comenzó a ser llamado con el nombre definitivo con el que pasó a la historia: Silíceo.
Como no podría ser de otro modo, la vida de tan extraordinario personaje está envuelta en las más variopintas leyendas. Todas alimentan la idea de que Juan Martínez estaba predestinado a conseguir grandes cosas. Por otra parte, no debemos olvidar que Silíceo provenía de una familia de labradores. Incluso se dice que de niño era pastor, por lo que él mismo debió fabular con el fin de engrandecer su trayectoria vital. Cuentan que cuando era niño cayó accidentalmente a un pozo y que lo sacaron varias horas después. Durante el resto de su vida Silíceo mantuvo que cuando estaba en el fondo del pozo se le apareció la Virgen y lo sostuvo entre sus brazos, impidiendo que se ahogara. Esta leyenda aparece representada en una pintura de uno de los retablos de la capilla, con la denominación Virgen del Pozo.
Cuando dejó su localidad natal marchó a Sevilla y también cuentan que cuando su ánimo comenzó a flaquear, de nuevo se le apareció la Virgen y le animó a continuar diciendo “en Toledo has de ser mi capellán”. Es decir, muchos años antes de que acaeciera su nombramiento como arzobispo de Toledo, la Virgen ya lo vaticinó. No solo la Virgen se le apareció a Silíceo. En una ocasión, mientras dormía, otra leyenda cuenta que un ánima del Purgatorio le dijo que algún día sería arzobispo de Toledo.
Sin embargo, la leyenda más conocida sobre la vida de Silíceo es la de las hijas del zapatero. Siendo un joven estudiante, encargó un par de buenos zapatos a un zapatero de Toledo. Al recogerlos aseguró no tener dinero para pagarlos, pero el bondadoso zapatero se apiadó de él y le dijo que se los regalaba pues “no solamente con monedas se puede hacer la caridad”. Muchos años después regresó Silíceo a Toledo tras ser nombrado arzobispo y aprovechó la ocasión para visitar de nuevo al zapatero. Aún seguía en su taller, pero ya anciano. Cuentan que Silíceo le dio una bolsa llena de monedas de oro como pago por los zapatos y que le prometió recoger a sus hijas cuando éste muriese en un colegio de doncellas que planeaba edificar. Éste sería, por tanto, el origen legendario del Colegio de Doncellas Nobles de Toledo.
¿Fortaleza o colegio?
Desde el exterior, el Colegio de Doncellas Nobles se nos muestra como un edificio adusto, desprovisto de decoración, casi como si de una fortaleza se tratara. Este aspecto de palacio fortificado se ve reforzado por la presencia del imponente torreón, rematado por un pronunciado chapitel herreriano que recuerda a las cubiertas del alcázar de Toledo. Como curiosidad mencionar que justo encima del reloj se puede ver una estrella de David, sin que exista una explicación al respecto. Como no creemos que nada en el pasado se hiciese sin motivo, si tenemos que opinar algo diremos que se trata de un símbolo apotropaico. Es decir, un amuleto protector, como era común en el pasado. Pero eso da para otro artículo.
De la fachada exterior destacamos su portada principal, obra realizada en 1763 por el maestro de obras de la Catedral, José Hernández Sierra. En la clave del arco de entrada destaca el escudo del cardenal Silíceo y, un poco más arriba de éste, se puede observar el único fragmento decorativo original - del siglo XVI - conservado en el colegio. Se trata de un relieve realizado en 1558 por el escultor Juan Bautista Vázquez el Viejo. Se nos muestra en una composición piramidal a la Virgen de los Remedios acompañada por el fundador y por un grupo de colegialas. En el ático de este retablo de piedra destaca el escudo del rey Carlos III, que sustituyó a uno anterior de Felipe II en el momento en que se renovó la portada. Ese escudo nos indica que estamos a punto de entrar en una institución que estuvo bajo el amparo de la casa real, como aclararemos a continuación.
Cuando el colegio fue fundado en 1551, en un primer momento ocupó la llamada Casa de Mesa cercana al lugar de enterramiento de Garci Lasso de la Vega, por donde pasamos en este tour nocturno por Toledo (enlace). Instalarse en la Casa de Mesa fue una solución temporal. En 1554 la institución quedó definitivamente asentada en las casas que habían sido del conde de Melito Diego Hurtado de Mendoza, nieto del Cardenal Mendoza. Esto es, en la misma ubicación en que hoy se encuentra. En aquel viejo palacio se había alojado el Emperador Carlos V unos pocos años antes de que se convirtiese en colegio e incluso en él se celebraron algunas de las sesiones de las Cortes que el Emperador convocó en 1538. Por lo tanto debía ser una edificación verdaderamente majestuosa. Sin embargo, nada queda ya de las casas del conde de Melito. En noviembre de 1755 tuvo lugar el célebre y destructor terremoto de Lisboa que, a pesar de la distancia, también se dejó sentir en Toledo. Esta situación inesperada obligó a desalojar el colegio y a proporcionar acomodo a las colegialas en unas casas cercanas mientras se rehacía la estructura del edificio. Así se justifica el hecho de que una institución educativa fundada en el siglo XVI cuente con una estética, al menos, dos siglos posterior, plenamente barroca.
La capilla, una verdadera joya
Una vez en el interior del monumento todas las miradas se dirigen hacia el sepulcro donde descansan los restos del fundador. A pesar de que el cardenal Silíceo falleció en la ciudad de Toledo en 1557, en el sepulcro se puede leer “Madrid, 1890”. ¿Error del escultor? Para nada. El cardenal estuvo sepultado durante más de tres siglos en una caja metálica tapada con un paño negro que las colegialas discretamente levantaban para comunicarse con el fundador. No fue hasta finales del siglo XIX cuando el colegio encargó una sepultura mucho más digna para su fundador, contraviniendo el propio deseo del cardenal que quiso enterrarse de la manera más humilde posible.
En cualquier caso, se trata de una pieza historicista que tiene como referente al sepulcro del predecesor de Silíceo en el cargo de arzobispo de Toledo, el cardenal Tavera. El autor de esta obra maestra de la escultura funeraria es Ricardo Bellver y Ramón (1845-1924). Un escultor madrileño más conocido por el famoso monumento del Ángel Caído, localizado en el Parque del Retiro de Madrid. Si bien menos conocido, este sepulcro del Cardenal Silíceo es probablemente la mejor obra de Ricardo Bellver, teniendo en cuenta la calidad y cantidad de detalles en los que es posible perderse durante largo tiempo: las telas, los encajes, los bordados, los pliegues… Es especialmente admirable el realismo de las manos enguantadas, pudiéndose observar la textura del tejido, las arrugas y las costuras.
Además, el sepulcro está repleto de referencias simbólicas, como son las borlas en forma de bellota del almohadón. Recuerda que Silíceo nació en la provincia de Badajoz en cuyas dehesas abundan las encinas y las bellotas. En lo simbólico también debemos destacar la presencia de las cuatro virtudes cardinales: la Fortaleza, que aparece vestida con la piel de un león; la Templanza, que porta un freno de caballo sobre los hombros; la Prudencia, que en su mano sujeta un espejo; y, por último, la Justicia, que ciñe una espada.
Asimismo, en los laterales del sepulcro se pueden ver dos escenas de la vida del fundador. En el lado derecho - si miramos hacia el altar - se representa el momento en el que la Emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, nombró a Juan Martínez Silíceo - antes de que fuera cardenal - preceptor del príncipe Felipe de Austria. Es decir, el futuro rey Felipe II. En el relieve Ricardo Bellver le muestra cuando contaba con siete años de edad. Esta relación personal entre Silíceo y el rey Felipe II explica por qué el Colegio de Nuestra Señora de los Remedios comenzara a ser denominado ‘Real Colegio’. El rey adquirió el patronazgo de la institución pocos años después de su fundación, en el año 1560. Este hecho se mantiene de alguna manera hasta el día de hoy pues, en parte, el monumento es gestionado por Patrimonio Nacional. En el lado izquierdo del mausoleo observamos una escena en la que se representa al propio cardenal recibiendo las credenciales por parte de una serie de colegialas vestidas con su uniforme. Es una referencia a los momentos iniciales del colegio ya que el cardenal apenas tuvo tiempo de verlo en funcionamiento.
Una pequeña curiosidad que pasa bastante desapercibida es que sobre la tumba del cardenal, colgado en la cúpula del crucero, se puede observar un sombrero de color rojo. Esto es un capelo cardenalicio. Es decir, los sombreros que son propios de los miembros de la Iglesia que alcanzan la dignidad cardenalicia. A lo largo de la Historia han sido numerosos los arzobispos de Toledo que fueron nombrados cardenales. Ten en cuenta el rango primacial de la Iglesia de Toledo sobre el resto de las sedes obispales de España. Cuenta la leyenda que cuando se cae uno de estos capelos es porque el alma del cardenal ha subido al cielo y, por lo que parece, éste todavía no lo ha hecho.
Por supuesto, también debemos destacar el imponente retablo barroco de madera sobredorada realizado en 1765 por el escultor toledano Pedro Rodríguez de Luna. Lo más remarcable de este retablo es el lienzo de la Virgen con el Niño siendo venerada por el fundador y un grupo de colegialas. El parecido de esta composición con el relieve de la portada exterior es más que evidente, por lo que su autor, el italiano Alejandro Sémini, lo debió tomar como modelo hacia 1605. La diferencia es que en este caso podemos observar el color de la vestimenta de las colegialas. Según las Constituciones - es decir, las normas del colegio - debía ser de paño blanco. La elección de este color para la ropa de las colegialas no es casual. Es un símbolo de pureza e inocencia, de ahí la costumbre que se mantiene hasta nuestros días al acudir las mujeres a su matrimonio vestidas de blanco. Esa pureza e inocencia también queda reflejada en el propio nombre de la institución. Una doncella es una mujer virgen.
En el retablo se pueden ver dos pinturas más en las calles laterales. A la izquierda San Juan Bautista y a la derecha San José con el Niño, ambas del mismo autor antes mencionado. Para finalizar con el retablo, merece la pena alzar la vista y admirar la visión del Padre Eterno rodeado de ángeles, cuyo colorido y efectismo son propios del barroco. Como curiosidad, mencionar que era costumbre por parte de las colegialas casarse con su uniforme blanco en el altar de esta capilla.
Asimismo, en los laterales del crucero de la iglesia existen dos retablos menores del mismo Pedro Rodríguez de Luna. En el lado de la epístola - el lado derecho, según se mira hacia el altar - destaca un lienzo que representa a San Jerónimo haciendo penitencia con el león a sus pies. En el otro lado - el llamado del evangelio - la pintura del retablo hace referencia al milagro de la Virgen en el pozo, como ya comentamos anteriormente.
Antes de salir de la capilla, es importante destacar la belleza de la reja del coro que presenta el escudo del cardenal Silíceo de manera prominente. Esta reja, que data del siglo XVII, cumplía la función de separar a las colegialas del resto de la capilla. Desde el coro, las colegialas asistían a diario a la misa. A comienzos del siglo XX, cuando el colegio alcanzó el máximo histórico de cien doncellas, cifra propuesta por el fundador pero no lograda hasta entonces, surgió un desafío. El espacio en el coro resultó insuficiente. Se tomó la decisión de crear un improvisado segundo piso, una especie de tribuna que serviría para acomodar al resto de las colegialas. Es importante mencionar que, por razones de conservación, el acceso al coro no está permitido.
Más allá del espacio religioso
Una vez superada la puerta de la capilla, accedemos al claustro central del colegio alrededor del cual se disponen las estancias principales del mismo. Se trata de un patio de estilo neoclásico remodelado a finales del siglo XVIII, siguiendo las trazas del arquitecto Ventura Rodríguez. En los ángulos del claustro observamos cuatro interesantes pinturas del pintor toledano José Jiménez Ángel, datadas en 1715. Su finalidad era moralizar a las colegialas, proponiendo como modelos vitales a santas y mártires que sufrieron penas, prisiones y martirio por no renegar de su fe católica. Estas pinturas son: Santa Bárbara, Santa Leocadia, Santa Librada y La Virgen de los Remedios rodeada de colegialas. Esta última pintura nos parece especialmente interesante, pues se puede ver con detalle el rostro de algunas de las colegialas que allí vivieron hace más de trescientos años. Sin embargo, la mayor parte de la decoración de la galería del patio proviene de los años veinte.
En 1928 recibieron la visita del rey Alfonso XIII, ocasión para la que el colegio fue adecentado. Es también el caso del llamado salón rectoral, donde tenía lugar el acto de cambio de rectora, aunque también en él se llevaban a cabo los demás actos principales de la vida del colegio. En el interior de dicho salón destaca, sobre todo, el imponente artesonado que lo cubre. Parece ser de madera pero, en realidad, es de placas metálicas y fue encargado expresamente para mejorar el salón de cara a la visita del rey.
¿Orfanato, convento o colegio? La vida tras sus muros
Una vez explorados los aspectos históricos y artísticos del Colegio de Doncellas Nobles, es el momento propicio para adentrarnos en lo que consideramos la faceta más interesante de esta desaparecida institución. Nos sumergiremos en la educación que las jóvenes recibían en tiempos pasados. Una educación que difería significativamente de la que existe en la actualidad, como es fácil suponer.
En primer lugar, debemos hablar de las condiciones de acceso al colegio. Para obtener una plaza en el Colegio de Doncellas Nobles las candidatas debían cumplir una serie de condiciones que fueron establecidas en las Constituciones que el cardenal dio al colegio en 1557. A pesar del nombre de la institución - Doncellas Nobles - no se exigía pertenecer a una familia de la nobleza, aunque esta circunstancia sí se daría en muchos casos. En este sentido, hemos encontrado dos interpretaciones muy distintas respecto al significado del nombre del colegio. Unos dicen que comenzó a ser llamado así por la sangre limpia de sus colegialas. En cambio, a nosotros nos convence más la segunda posibilidad. Contando con el hecho de que la casa real tenía la potestad de proponer a sesenta doncellas, es fácil suponer que en las aulas del colegio abundaban las hijas de la nobleza. De hecho, era común que las colegialas presumiesen de su origen afirmando “yo soy del Rey” o, en caso contrario, “yo del arzobispo”.
El requisito fundamental, que primaba sobre todos los demás, era contar con limpieza de sangre. No, si eres fan de Harry Potter, no pienses que no admitían “muggles”. Las doncellas que ingresaran en el colegio no debían descender ni de judíos, ni de musulmanes o aquellos que hubieran procesados por la Inquisición. Esta condición se comprobaba mediante pesquisas realizadas por dos cristianos viejos enviados a la localidad natal de la candidata. Allí, consultaban los archivos parroquiales e interrogaban a los lugareños si a tal familia se le conocían unos orígenes conversos. La más mínima sombra de duda servía para desechar una solicitud de acceso. Esto sería algo infrecuente, pues como es fácil suponer, pocos padres se atreverían a presentar una solicitud al Colegio de Doncellas a sabiendas de un origen converso.
Otros requisitos eran contar con entre siete y diez años de edad, ser hijas legítimas y ser naturales de la diócesis de Toledo. Existía una excepción. El colegio contaba con seis plazas reservadas para las descendientes de la parentela de Silíceo, por lo que se les presupone su origen pacense.
Entre los siglos XVI y XIX, el paradigma de la instrucción femenina guardaba notable semejanza con el régimen de clausura propio de los conventos habitados por religiosas. Valores como la obediencia, la virtud, la formación religiosa, la disciplina y las buenas costumbres conformaban el cimiento moral de la educación impartida a estas mujeres. Fundamentalmente eran preparadas para ser madres, esposas ejemplares y amas de casa competentes.
Si bien es cierto que tenían un horario de clases que incluía materias como música, danza o dibujo, la formación se extendía a prácticamente todas las horas del día. Así pues, las colegialas eran las encargadas de realizar todas las labores domésticas del colegio. Por ejemplo, ellas mismas servían la mesa a las demás compañeras a la hora de la comida, organizándose por semanas. Mientras comían, una se encargaba de leer vidas de santos y libros devocionales escogidos por el arzobispo de Toledo. El postre era preparado por varias alumnas, pues esto les servía para poner en práctica el recetario que habían aprendido. También pasaban largas horas realizando labores de costura, especialmente el bordado.
Debemos destacar una circunstancia que explicaría por qué teniendo de media entre 60 y 80 alumnas, con un máximo de 100 que impuso el cardenal Silíceo en las Constituciones, el colegio era tan sumamente grande. Hasta el punto de que hacia 1900 se tuvieron que plantear acometer una ampliación que se conecta a través de un pasadizo de hierro forjado de estilo modernista que se ha convertido en los últimos años en la imagen de marca del monumento.
En este colegio no vivían ni dormían en común, sino que vivían en pequeños apartamentos en grupos de tres colegialas. Por lo tanto, el Colegio de Doncellas se asemejaría más a una residencia estudiantil – como de hecho es a día de hoy - que a un internado u orfanato siniestro como los que vemos en las películas. Estos apartamentos contaban con un cuarto de estar con una mesa para escribir o estudiar, una pequeña cocina con alacena para guardar las viandas que comprasen las colegialas y grandes armarios para guardar su ropa. Tenían tres uniformes: uno azul de diario, uno negro para salir a la calle y uno blanco para las ocasiones más especiales. Además, vivían acompañadas por una alumna más mayor que les enseñaba como gestionar una vivienda y a la que llamaban “tía”. ¿Te recuerda a algo? Si has leído o visto la serie El cuento de la criada, ahí tienes tu respuesta. Las colegialas de la misma “promoción” se llamaban “primas” entre ellas y no “hermanas”, pues no pretendían ser monjas ni parecerse a ellas. De hecho, existía la creencia de que dejar el colegio para tomar los hábitos y no para casarse tendría un resultado funesto, por traicionar a los deseos del fundador.
El funcionamiento del colegio dependía esencialmente de las colegialas que no habían podido - o no habían querido - casarse. El cargo de rectora era por lo general ejercido por antiguas alumnas, así como el resto de funciones. Provisoras, torneras, celadoras, maestras y escuchaderas, que tenían la función de escuchar las conversaciones en el locutorio, donde las alumnas recibían visitas de familiares y amigos. Como se suele decir, todo quedaba en casa. A lo largo de más de cuatrocientos años el Colegio de Doncellas Nobles fue escenario de un ciclo sinfín en el que algunas de sus alumnas, años después, se convertían en formadoras de las chicas que vinieron después que ellas.
Así pues, el destino que aguardaba a la mayoría de estas jóvenes era el matrimonio, si bien es relevante señalar que no estaban obligadas a ello. Gozaban del privilegio de la plaza vitalicia. El colegio se proponía como objetivo casar a diez colegialas cada año para así dejar libres diez vacantes. A cada una de las colegialas que se marchaban con un marido se les daba una dote de 100.000 maravedíes, una cantidad bastante decente en aquella época. En el siglo XIX España adoptó la peseta y por ello la dote se tuvo que actualizar. En el año 1914 era de 5.000 pesetas. Por entonces era toda una fortuna con la que la novia podía comprar todo el ajuar, los muebles de la casa, pagar los gastos de los invitados, hacer el viaje de novios y aún así le sobraba para ahorrar de cara a algún imprevisto. No obstante, la dote estaba sujeta a diferentes condiciones, como era la de tener hijos. De lo contrario, la dote debía ser devuelta al colegio.
A partir del siglo XIX se dio un relajamiento de la clausura y comenzaron a salir miércoles y domingos a dar paseos por las calles principales de la ciudad. Siempre acompañadas por las “tías” o por alguno de sus familiares. También se organizaban bailes en el teatro municipal, con el fin de que ellas mismas conociesen a sus futuros maridos, abandonando por siempre la vieja costumbre del matrimonio arreglado por sus padres. A mediados del siglo XIX se estableció en Toledo un primer colegio militar que con el paso de los años devino en Academia de Infantería. Sus cadetes no paraban de rondar a las colegialas. Los matrimonios más comentados en la pequeña sociedad toledana de hace un siglo fueron de doncellas nobles y cadetes.
La esencia fundacional del cardenal Silíceo expresada en las Constituciones se mantuvo hasta el final. Esta rigidez y la falta de recursos económicos causarían la desaparición del centenario Real Colegio de Doncellas Nobles en el tardío año de 1989. Sin embargo, esta situación decadente ya se venía observando desde finales de los años sesenta.
Para mostrar el modo en que vivían, citamos a quien ha inspirado buena parte de este artículo. Esperanza Pedraza Ruiz, directora del Archivo Municipal de Toledo lamentablemente fallecida en el año 2000. En 1983 dio un discurso con motivo de la apertura del curso 1984-1985 de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Dicho discurso fue titulado “El Colegio de Doncellas Nobles: una institución en inminente peligro” y está disponible en la red para su lectura. Al final de su discurso pone en evidencia la lamentable situación de la institución: “No tienen calefacción ni agua corriente. El edificio se está cayendo poco a poco […] El número de colegialas es el siguiente: ocho señoritas mayores, seis de las cuales alcanzan una media de ochenta años. Ocho niñas de EGB y tres jovencitas que estudian BUP y magisterio. En total diecinueve colegialas en la actualidad.”
Afortunadamente, la historia del Real Colegio y su edificación siguen vivas. No como antaño, desde luego. Líneas arriba ya mencionamos que, actualmente, el Colegio de Doncellas funciona como la Residencia Universitaria femenina de Nuestra Señora de los Remedios. En el edificio que fuera ampliación del colegio a principios del siglo XX se encuentra la Vicepresidencia de la Junta de Comunidades de Castilla la Macha. Por último, parte del edificio monumental – capilla, patio y sala rectoral – entra dentro de las visitas para que conozcas esta institución. ¿Te ha gustado el artículo? Disfrutarás aun más si vienes a la ciudad del Tajo, en coche, en tren o en autobús y te unes a esta visita guiada por Toledo.