Es muy posible que conozcas la leyenda que cuenta como Alfonso VI, al tomar la ciudad de Toledo el 25 de mayo de 1085, accede a la misma a través de las puertas de Bisagra Vieja y Bab al Mardum. Al hincar su caballo la rodilla frente a una pequeña mezquita musulmana, la comitiva real accede al templo para descubrir, emparedado en su interior, un Cristo supuestamente escondido allí por los visigodos para que no fuera profanado por los musulmanes con una pequeña lucerna todavía encendida después de 374 años de ocupación musulmana. Este supuesto ‘milagro’, llevó a Alfonso VI a ordenar que el templo se consagrara inmediatamente al culto cristiano y se dijera, allí mismo, la primera misa tras la toma de la ciudad.
Lo que algunos no saben es que esta leyenda es la misma, salvo en los detalles histórico-contextuales locales, que la de la Almudena de Madrid, una virgen también emparedada con una luz para evitar su ultraje por los infieles. Además, no se tienen registros escritos del relato toledano anteriores al siglo XIX (aunque pudiera figurar ya de antes en el imaginario colectivo popular, tan fecundo en dejar volar la imaginación).
Muchos autores han puesto en duda el que Alfonso VI siguiera el mencionado itinerario para tomar posesión de la ciudad. Acampado como estaba el monarca en la zona conocida como la Huerta del Rey, en el entorno del Palacio de Galiana y la actual estación de trenes, lo lógico es que hubiera cruzado el Tajo por el Puente de Alcántara y hubiera accedido a la urbe a través de la puerta del mismo nombre o por la cercana Puerta del Vado, y no dando un enorme rodeo en acusada pendiente para hacerlo por Bisagra Vieja.
Lo cierto es que, aunque la tradición asegure que el templo fue inmediatamente transformado al culto cristiano, realmente no se sabe el momento exacto en el que esto ocurrió. La primera referencia documental que tenemos de que el edificio ha pasado a ser cristiano es un escrito fechado el 29 de junio de 1189 (¡más de un siglo después de la conquista de la ciudad!) y firmado por el arzobispo de Toledo, Gonzalo Pérez, haciendo entrega del edificio a la Orden de los Caballeros Hospitalarios a instancias del rey Alfonso VIII. De esa época es posiblemente la adición del ábside mudéjar. Es probable que, hasta ese momento, el lugar continuara consagrado al culto islámico, como así ocurrió con otros templos de la ciudad.
Ese documento pone la ermita bajo la advocación de la Santa Cruz, y no del Cristo de la Luz. Igualmente, bajo esta denominación se refiere al edificio Francisco de Pisa ya en 1605. En el siglo XVII, la pequeña iglesia aún recibía el nombre “de la Cruz”, como así figura en el “Plano y Vista de Toledo”, del Greco.
Tal vez, el nombre final del Cristo de la Luz responda a un ejemplo de economía de lenguaje, ya que en la ermita se veneraban tanto al Santo Cristo de la Cruz como a Nuestra Señora de la Luz, y se hiciera un combinado de ambas advocaciones.
Bien es verdad que en el Museo de Santa Cruz se conserva un Cristo conocido como ‘de la Luz’, pero ésta es una talla románica y no visigoda, por lo que no refrenda lo que se dice en la leyenda.
Popularmente también se supone que hubiera un templo visigodo anterior a la mezquita, en cuyos muros fuera emparedada la imagen del Cristo, aunque tampoco hay vestigios arqueológicos de éste. Sí los restos de una cantera y una calzada bajo la cual discurre una cloaca, todo ello de los tiempos romanos. Los capiteles visigodos que rematan las columnas de la mezquita, bien pudieran ser materiales reutilizados por los mahometanos procedentes de otro lugar.
Quizá te suene menos conocida la leyenda que narra cómo los judíos Sacao y Abisaín. Llevados por el odio que tenían a los cristianos y a su devoción por la talla de Cristo -a la que se tenía por hacedora de muchos milagros- venerada en esta ermita, accedieron al templo por la noche, cuando no había nadie, y apuñalaron la escultura de madera. Ésta empezó a manar sangre por la herida. Viendo que este prodigio iba a exacerbar todavía más la devoción de los cristianos por la imagen, decidieron envolverla en una manta y llevarla a casa de uno de ellos para enterrarla en el establo, ocultando así el prodigio.
Al día siguiente, al comprobar la desaparición del Cristo, los cristianos solo tuvieron que seguir el rastro de sangre que llevaba hasta la casa de uno de los profanadores, en el barrio de Caleros, sito en la judería. Ni que decir tiene que, conocedores ya de quienes habían sido los autores de tamaño sacrilegio, los cristianos lapidaron a Sacao y Abisaín. ¡Faltaría más!
Las leyendas son relatos intencionados que arriman el ascua a una sardina, en este caso a la de los cristianos.
En cuanto a edificación musulmana, lo cierto es que desconocemos por completo su denominación original.
El edificio es denominado desde antiguo, cuando se quería hacer referencia a su origen mahometano, como mezquita de Bab al Mardum por su cercanía a la puerta que se conocía con dicho nombre en árabe y que el castellano ha deformado en Valmardón.
El vocablo Bab no tiene dificultades de traducción: significa “puerta”. Mardum ya es un término más controvertido. La acepción más reconocida es la que le atribuye el significado de “mayordomo” o “mayoriano”, pero hay autores que traducen la palabra como “cerrada” o “tapiada”.
Quienes defienden esta interpretación argumentan que, pese a que en tiempos la puerta pudo ser uno de los accesos principales a la ciudad, fue cayendo en desuso ante otros posibles itinerarios conforme fue elevándose la cota de la vía (que en origen era más baja como demuestra el hallazgo de la vía romana). En algún momento, el acceso pudo ser inutilizado para evitar que las carretas cargadas con mercancías subieran a lo alto de la urbe por ese camino. La acusada pendiente que presentan las actuales calles del Cristo de la Luz y de Carmelitas Descalzos podía acarrear accidentes a este tipo de vehículos.
El tráfico se empezó a derivar por la calle diagonal al Cristo de la Luz pasando por debajo de la Puerta del Sol y de la de Alarcones. Esta calle sigue conociéndose hoy día como Calle Carretas.
El nombre te lo dice todo, ¿no?
A finales del siglo XIX, la mezquita aparecía semi-oculta debido a la multitud de edificaciones que se le habían ido adosando con el tiempo. La fachada suroeste, la que discurre paralela a la calle, estaba completamente oculta por un atrio de acceso a la ermita al nivel de la calle y la casa del conserje en el piso superior. En 1899, unos trabajos en esta vivienda del guardés, descubrieron los arcos entrelazados, la celosía enmarcada con ladrillos en esquinilla y la inscripción fundacional del templo, única en el mundo en un templo islámico.
El hecho inaudito de esta inscripción realizada con ladrillos tallados para que formen caracteres cúficos (tipología caligráfica árabe desarrollada en Kufa, en la actual Irak, que consta de líneas rectas y ángulos con trazos frecuentemente alargados horizontal y verticalmente), atrajo el interés de la comunidad científica sobre el edificio, ayudando enormemente a su puesta en valor y conservación. A raíz de este descubrimiento se sucedieron las acciones para eliminar los edificios que se habían ido adosando a la mezquita (a excepción del ábside cristiano, claro está) para conseguir el carácter exento primigenio, y reparar todos los problemas que amenazaban con destruir el templo.
Amador de los Ríos fue el primero en traducir el texto árabe, aunque equivocando la fecha de construcción, que sitúo en el 370 de la hégira (los musulmanes cuentan los años desde la salida de Mahoma de la Meca para dirigirse a Medina, lo que se produjo en junio del 622 según el calendario juliano).
Finalmente, después de algunas controversias, Ocaña Jiménez fijó la traducción en:
Bismila (En el nombre de Alláh, el clemente, el misericordioso). Hizo levantar esta mezquita Ahmad ibn Hadidi, de su peculio, solicitando una recompensa ultraterrena de Allah, bajo la dirección de Musa ibn Ali, el arquitecto, y de Sa’ada, concluyéndose en muharran del año 390.
Si transportamos esta referencia temporal islámica al cómputo cristiano, nos da una fecha comprendida entre el 13 de diciembre de 999 y el 11 de enero del año 1000.
Pocos datos tenemos de Ahmad ibn Hadidi, aunque puede ser un jurista perteneciente a una familia principal de la ciudad (los Banu Al Hadidi) cuyo nieto -el conocido qadí Abu Kakr Yahya ibn Sa’id ibn Ahmad ibn Hadidi, consejero del rey taifa Al Mamun- cayera en desgracia a la muerte de su señor, siendo asesinado por mandato del nuevo monarca, Al Qadir bi-Allah Yahya Ibn Du l-Nun, en 1075.
Menos datos tenemos del arquitecto Musa ibn Ali y de Sa’ada, aunque ya el hecho de que hayan transcendido sus nombres es algo bastante notorio, ya que en aquella época los arquitectos no tenían una consideración de artistas, sino de meros artesanos, y sus nombres no solían pasar a la posteridad.
Curiosamente, uno de los mejores y más exhaustivos trabajos que se han llevado a cabo sobre la Mezquita de Bab-Al Mardum, el que llevara a cabo Christian Ewert en los años setenta del pasado siglo, no se ha traducido al español desde su alemán original.
Un buen extracto del mismo, sin embargo, fue recogido en la publicación que la Asociación de Amigos del Toledo Islámico editó a raíz del Congreso Internacional sobre la mezquita, coincidiendo con el décimo aniversario de su construcción.
El profesor Ewert fue el primero en calificar la mezquita toledana como “copia en miniatura de la mezquita de Córdoba” -sobre todo haciendo referencia a la tercera ampliación del templo de la capital califal, la que llevara a cabo Al-Hakam II (960-976)-, estableciendo una minuciosa comparación de los elementos de ambas construcciones.
La profesora Teresa Pérez Higuera, fiel heredera de las teorías de Ewert, recalca sin embargo que el edificio toledano se construyó en mampostería y ladrillo, “a excepción de algunos sillares de piedras reutilizados en las partes bajas de los muros”, y no en sillares como el cordobés. “Este aparejo, que será habitual en la arquitectura hispanomusulmana a partir de la época de los Taifas así como en el mudéjar, carece de precedentes inmediatos en el Islam de Occidente”, por lo que estamos ante una innovación plenamente toledana.
En 1871, en unas obras de reparación, se descubrieron las pinturas murales del transepto y del ábside. Estos frescos, que se suelen fechar en los siglos XIII-XIV se suelen poner en relación con los ciclos iconográficos existentes en la Iglesia de San Román y del Monasterio de San Clemente, hasta el punto de que algunos especialistas las han atribuido a un mismo autor de nombre desconocido al que se le ha dado en llamar el maestro de Toledo.
El ábside presenta un Pantocrátor acompañado por el Tetramorfos (la mejor conservada de estas figuras alegóricas es el águila de San Juan; mientras que el león de San Marcos y el buey de San Lucas apenas están silueteadas; del ángel de San Mateo apenas se intuyen unas plumas de sus alas). Por debajo, el cornisamento de la bóveda del ábside muestra decoración epigráfica.
En el intradós del arco toral que separa el crucero del ábside aparecen dos figuras con ropaje talar que pueden representar a San Eugenio (supuesto primer arzobispo de Toledo) y San Ildefonso (patrón de la ciudad).
En el transepto, santas enmarcadas en arcos de diferentes tipologías: Santa Eulalia y San Marciana en el lado sureste del crucero; Santa Leocadia y, posiblemente, Santa Marta al noroeste.
En el lado noroeste se conserva, además, un arcosolio en el que se puede identificar la que parece ser es una representación del Pentecostés (advenimiento del Espíritu Santo sobre los discípulos de Cristo y la Virgen María). A ambos lados del arco, la que pudiera ser una representación de la Ascensión de Cristo, a la izquierda; y un alma elevada al cielo por unos ángeles que la portan metida en una sábana, a la derecha.
Sobre los caracteres arábicos que aparecen en las jambas y vuelta del arco toral que da paso al ábside, no queda claro si se trata de un texto en aljamiado (transcripción del castellano o latín a la lengua árabe). En cualquier caso, eso explicaría la aparición de grafías árabes en la ampliación cristiana del siglo XII. Tendrán que ser los arabistas los que diluciden esta cuestión.
Por último, la reja que cierra el acceso a la fachada suroeste no es una reja del afamado forjador Julio Pascual, como muchos se empeñan en decir. Es cierto que, en 1925, este herrero colocó una artística reja en este lugar, pero ésta fue retirada con motivo de los trabajos que se llevaron a cabo cuando la esquina suroeste de la mezquita colapsó en 1964.
En 1986, Antonio Balmaseda realizó una réplica de la de Pascual que es la que ahora cierra el espacio. La original de Julio Pascual está colocada en el jardín del Museo Sefardí, en la Sinagoga del Tránsito, como bien apunta Sánchez Butragueño.
Estos son solo algunos detalles interesantes de este espacio en el que confluyen buena parte de las culturas que pasaron por la ciudad, pero ¡queda tanto por descubrir!
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Fuentes consultadas
Miguel Larriba, Mezquita de Bab al Mardum o del Cristo de la Luz, la disputada grandeza de una pequeña joya, nº 6 de la Colección Toledo en tu mano, Toledo, Ed Ledoria, 2014
VVAA, Toledo 999-1999, Mezquita de Bab al Mardum-Cristo de la Luz, Toledo, Fundación Cultura y Deporte de Castilla-La Mancha, 1999
VVAA, Entre el Califato y la Taifa: Mil años del Cristo de la Luz, Actas del Congreso Internacional, Toledo, Asociación de Amigos del Toledo Islámico, 2000
Arturo Ruiz Taboada, La iglesia del Cristo de la Luz, antigua mezquita de Toledo. Guía Arqueológica, 2014
Francisco Jurado Jiménez, 1999-2009: Un decenio restaurando el Cristo de la Luz, 2009 https://www.franciscojurado.es/ARTICULOS/1999-2009%20UN%20DECENIO%20RESTAURANDO%20EL%20CRISTO%20DE%20LA%20LUZ.pdf
Ana Gómez de Vírgala, La excepcionalidad de la Mezquita de Bab al-Mardum (Toledo), 2013 https://www.researchgate.net/publication/298528758_La_excepcionalidad_de_la_Mezquita_de_Bab_al-Mardum_Toledo
Eduardo Sánchez Butragueño, La mezquita del Cristo de la Luz, 2008 https://toledoolvidado.blogspot.com/2008/10/la-mezquita-del-cristo-de-la-luz.html