Sin duda, Doménikos Theotokópoulos, para todos conocido como el Greco, es el pintor más destacado que ha pasado por la ciudad del Tajo. No en vano estuvo viviendo en Toledo durante 37 años siendo enterrado aquí. En esos años dio para unas cuantas obras, tanto pictóricas como escultóricas. Pero sin duda su obra maestra, el cuadro más importante y por el que muchos preguntáis es el “Entierro del Señor de Orgaz”.
Desde su realización entre 1586 y 1588 mucho se ha escrito sobre él, especialmente a finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX y XXI.
No hay obra, divulgativa o científica, que no mencione el milagro ocurrido en la parroquia de Santo Tomé cuando San Agustín y San Esteban bajaron del Cielo para ellos mismos poner en su sepulcro al Señor de Orgaz, Don Gonzalo Ruiz de Toledo, diciendo “tal galardón recibe quien a Dios y a sus santos sirve”. O la disputa entre los habitantes de Orgaz y el párroco Don Andrés Núñez de Madrid que llevó al encargo del cuadro que tenemos entre manos.
Pero… ¿cuántas más curiosidades sabes sobre esta obra maestra?
En algunos de sus trabajos, el Greco tuvo problemas a la hora de establecer el precio que debía cobrar por ellos y El Entierro del Señor de Orgaz fue uno de esos casos. Concretamente, se llevó a cabo una primera tasación del mismo por parte de los pintores Luis de Velasco y Hernando de Anuncibay. Determinaron el valor de la obra en 1.200 ducados, precio que no hizo mucha gracia a la parroquia de Santo Tomé ya que reclamaron.
Se hizo una segunda tasación por parte de Hernando de Ávila y Blas de Prado, los cuales establecieron su precio en nada menos que 1.600 ducados. Se volvió a recurrir pero el Consejo de la Gobernación Arzobispal retornó a la primera tasación, algo que molestó sobremanera al Greco que incluso amenazó con recurrir al mismísimo Papa.
Aunque al final la sangre no llegó al río. El Greco finalmente aceptó los 1.200 ducados que, aproximadamente en euros, serían unos… ¡43.300€!
Cuando te enseñamos y explicamos el cuadro del Greco en nuestra visita Toledo Monumental, muchos nos preguntáis “¿pero es el verdadero?”. La respuesta desde luego es afirmativa. El cuadro nunca se ha movido del lugar para el que fue pintado salvo en contadísimas ocasiones, como durante la Guerra Civil Española, y su buenísimo estado de conservación se debe a las restauraciones llevadas a cabo.
Concretamente, a quien habría que agradecer que no se perdiera una de las obras cumbre del arte español es al pintor Matías Moreno quien, en 1873, llevó a cabo una primera restauración del cuadro. Su estado no era el más adecuado: le había afectado la humedad; debido a su gran tamaño la tela estaba algo descolgada y arrugada; sin duda, al cuadro tampoco le vino muy bien que antiguamente los monaguillos enseñaran los detalles del Entierro a los visitantes con velas que ataban a las puntas de unas cañas. ¡No queremos ni imaginárnoslo!
Así pues, Moreno se puso manos a la obra con la ayuda de otros profesionales del Museo del Prado que cambiaron el bastidor primitivo y que lo forraron bien. Sorprendente es que tan importante trabajo lo realizó de manera totalmente altruista y movido por la gran admiración que sentía hacia la obra del Greco. No recibió ninguna compensación económica por ello. Algunos de sus familiares posteriormente recordaban este detalle y apuntaban que “el forrador del Prado ya cobró por dos”.
Un siglo después el cuadro volvió a ser restaurado por el Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte. Se hizo una ligera limpieza superficial sin levantar la capa de barniz, además de cambiar el tablero de madera que se fijó en el siglo XIX a la parte posterior por un material aislante incombustible recubierto de una lámina de aluminio que estuviera en contacto con la pared.Fue precisamente en esta restauración de 1975 cuando se descubrió en el bastidor la siguiente inscripción: “Este bastidor la hizo el maestro Niceto Galán en 1873. Muy a disgusto de Matías Moreno”.
Sin duda, tenemos que dar las gracias a todos aquellos conservadores y restauradores por la labor que han hecho en el pasado y siguen haciendo, en muchísimas ocasiones sin el reconocimiento que merecen.
Claro que sí. De hecho, no tenemos que irnos muy lejos para encontrar una. En el mismísimo Museo del Prado de Madrid se conserva una copia anónima de ca.1625 la cual no está en la colección permanente pero sí que ha formado parte de exposiciones temporales. Cierto es que se trata de una copia “a medias” ya que solo nos muestra la parte terrenal del entierro. Si comparamos las medidas de ambas obras, entenderemos por qué el artista anónimo del XVII no pudo extenderse más: 188×248 cm frente a 480×360 cm del original.
De cualquier forma es una copia bastante exacta que, según el pintor y tratadista de los siglos XVII y XVIII Antonio Palomino, al menos desde 1724 se encontraba en la casa profesa de los jesuitas en Toledo. ¿Por qué tenían esta copia? Si bien no se conocen datos sobre quién pudo encargarla y con qué propósito, Palomino apunta a la relación que tuvieron los jesuitas con los herederos de nuestro señor de Orgaz Gonzalo Ruiz de Toledo. Fue en 1569 cuando los jesuitas compraron las casas del V Conde de Orgaz para construir en esa zona su casa profesa y su iglesia. El que terminaría siendo el templo barroco más espectacular de Toledo: la Iglesia de San Ildefonso.
El Greco no fue el único pintor que trató el hecho milagroso ocurrido en la parroquia toledana de Santo Tomé. En el siglo XVIII hubo otro artista, no tan reconocido como el cretense, que llevó a cabo su particular visión sobre la aparición de San Agustín y San Esteban. Estamos hablando de Miguel Jacinto Meléndez, pintor de la corte con Felipe V y especialmente recordado por sus retratos de la familia real en un momento en que este género era utilizado, aún más si cabe, como un instrumento de propaganda política.
Pero no nos desviemos del tema. Miguel Jacinto recibió el encargo en 1734 de hacer dos cuadros para el crucero de la iglesia del Convento agustino de San Felipe el Real, en la capital. Convento, por cierto, que fue destruido en 1838. Dos cuadros que representan a San Agustín conjurando una plaga de langostas y nuestro Entierro del Señor de Orgaz. Al final, el artista murió antes de poder acabarlos y fue su discípulo Andrés de la Calleja quien los terminó.
Sea como fuere, no cabe ninguna duda que lo único que tienen en común el cuadro de Miguel Jacinto Meléndez y el Greco es el tema que presentan. La calidad artística no es la misma; el formato de la obra del primero es más apaisado, por lo que la parte celestial no tiene tanto desarrollo; además lo concibe como una especie de escena teatral en la que los personajes se distribuyen hacia el fondo y alrededor del milagro.
Nosotros lo tenemos claro… ¡Nos quedamos con la obra del Greco!
Muchos son los artistas que han destacado en la historia del arte español: el propio Greco, Juan de Herrera, Sofonisba Anguissola, Velázquez, Zurbarán, Murillo, Gregorio Fernández, la Roldana, Goya, Dalí, Sorolla… la lista es larga. Se nos olvida uno de los grandes y reconocidos: Pablo Picasso.
Dentro de su extensa vida y obra, debemos ubicarnos en esos años finales del siglo XIX y principios del XX cuando se reunía en Els Quatre Gats de Barcelona con sus amigos, entre ellos, el también pintor Carles Casagemas. Juntos viajaron a París en 1899 y allí vivieron intensamente la vida bohemia. Conocieron a tres modelos, entre las que se encontraba Germaine Gargallo. Casagemas se obsesionó con ella a pesar de los esfuerzos de Picasso por que la olvidara, y finalmente, un 17 de febrero de 1901, Casagemas se suicidó después de intentar matar a Germaine mientras cenaban con un grupo de amigos en un restaurante parisino.
La noticia de la muerte de Casagemas afectó muchísimo al malagueño, hasta el punto que cambió su lenguaje y estilo pictórico. Con una serie de cuadros en los que recordaba a su amigo, Picasso inauguraba su etapa azul con el protagonismo de esos colores más fríos y melancólicos. De esos tres cuadros que dedicó a Casagemas, en el conocido como Evocación, el Entierro de Casagemas (1901) es en el que Picasso se fija en la obra maestra del Greco. Pudo admirarla posiblemente en 1900 cuando estuvo en Madrid, visitando el Museo del Prado para copiar obras de los maestros clásicos, sobre todo del Greco.
Las diferencias entre los dos cuadros son obvias, pero se puede apreciar la huella del Greco en la división del lienzo en la parte terrenal y celestial en un ambiente abstracto. Casagemas, cubierto con sábanas blancas y rodeado de plañideras, ha subido ya al Cielo donde, desde luego, no le esperan Cristo, la Virgen y San Juan Bautista. Picasso los ha cambiado por personajes de la vida cotidiana que compartieron: prostitutas con ligueros, abrazando una de ellas a Casagemas que se aleja sobre un caballo blanco. Así Picasso resucita a su amigo en un paraíso hedonista y vicioso bien distinto al que esperaba a Don Gonzalo Ruiz de Toledo.
Y tú ¿con cuál te quedas?
Fuentes: