Ya estamos aquí con un nuevo artículo sobre el Alcázar de Toledo, concretamente sobre el Museo del Ejército. ¿Te acuerdas? Habíamos dejado nuestra aventura a las puertas de conocer qué piezas clave guardan los muros de este basto edificio.
Vuelve a coger el mapa para, una vez que has subido las escaleras mecánicas y pasado la tienda de souvenirs, empezar con el recorrido temático.
En la primera sala -la T1– se habla de manera resumida de la historia del museo -algo que ya te explicamos en el anterior artículo- mostrándote cómo estaban organizadas algunas de las salas del Buen Retiro. Sin duda lo más llamativo es la reconstrucción que se hace de la Sala Árabe edificada en los primeros años del siglo XX para exponer los objetos pertenecientes a Boabdil.
Sí, el mismo Boabdil que entregó las llaves de Granada en 1492. En el actual Museo del Ejército del Alcázar estos objetos se encuentran en la sala H1 del recorrido histórico, y consisten en una marlota, polainas, babuchas, turbante y una jineta, aunque no todo está expuesto.
Son unas piezas únicas arrebatadas al último gobernador nazarí tras la conocida Batalla de Lucena de 1483. Boabdil, acompañado de un potente ejército musulmán en el que estaba su mejor capitán, Alí-Atar, sitiaron la ciudad cordobesa de Lucena para ganar territorio así como demostrar que era tan buen guerrero o más que su padre. Sin embargo, el pobre Boabdil se terminó enfrentando con los castellanos obteniendo estos la victoria y no solo eso, sino que hicieron prisionero al pobre Boabdil. Éste sería liberado finalmente a cambio de territorio en Granada, cerrándose así poco a poco ese cerco por parte de los Reyes Católicos.
Fueron estos monarcas los que dieron este conjunto de piezas a don Diego Fernández de Córdoba y en 1904 una descendiente, la marquesa de Viana, los donó al entonces Museo de Artillería.
Y pensarás al verlo ¿pero con esto fue a la batalla? ¿con esto peleó?
Claro que no.
La marlota, esa especie de vestido, era un elemento de gala, un símbolo del poder jerárquico además de ser una prenda de invierno ya que por su holgura permitía ponerse debajo varias capas. Tejida en seda y lino como el turbante (ésta es la pieza que no está expuesta por motivos de conservación) presenta un color rojizo propio de la dinastía de Boabdil.
En cuanto a este tipo de espada cortesana nazarí denominada jineta, es de los poquitos ejemplares que se han conservado. Bien decorada tanto empuñadura como vaina con esmaltes, hilo de oro, cuero repujado, son también interesantes las inscripciones que se corresponden con suras del Corán.
Igualmente en la sala de exposiciones del edificio nuevo podrás encontrar en la zona de Al-Ándalus la jineta que perteneció al mencionado Alí-Atar, no solo el mejor capitán de Boabdil sino también su suegro y Alcaide de Loja. Este hombre murió en la Batalla de Lucena y según la tradición historiográfica el caballero Lucas Hurtado arrebató la espada a Alí-Atar.
Continuando el paseo por el recorrido temático verás salas dedicadas a la evolución de los uniformes militares a lo largo de nuestra historia -T2- desde los Austrias hasta Juan Carlos I pudiendo ver reproducciones de los uniformes más antiguos u originales de los más modernos.
Así podrás apreciar cómo se pasa de la época de los Austrias en la que en un principio no había una uniformidad reglamentada, con contadas excepciones como las Guardias Reales o a finales del siglo XVII los Tercios que debían vestir casacas del mismo color, a los Borbones quienes adoptan la uniformidad según los usos franceses cambiando a partir de Fernando VII al tipo inglés.
Con ellos se produce la reorganización del Ejército, se crearán nuevos cuerpos y por supuesto que los uniformes irán cambiando. Destacar que del azul, en distintos tonos y prendas y según qué cuerpo, se pasará al caqui durante el reinado de Alfonso XIII (1902-1931). Se establece por primera vez en 1906 en los uniformes de diario de las guarniciones de Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla; en 1922 los generales, jefes y oficiales lo adoptan también; y finalmente en 1926 se adopta como único color generalizado para todos los uniformes.
En las salas T3 y T4 se exponen las colecciones particulares de la Casa Ducal de Medinaceli y de Antonio Romero Ortiz.
Aunque fue una colección muy basta, la cual agrupaba -según el Catálogo General de 1888- armas, objetos históricos, objetos curiosos antiguos y de arte, curiosidades de historia natural y álbumes y papeles, no todo ha llegado hasta nosotros ya que precisamente el ala donde se encontraba la colección en la Academia de Infantería sufrió muchísimo durante los ataques de la Guerra Civil y muchas piezas se perdieron. Pero entre los objetos que se muestran en la actualidad fíjate en una vitrina donde hay una serie de documentos. Aquí se puede ver una carta del Inquisidor General Fray Tomás de Torquemada de 1486 pasando por una bula del Papa Alejandro VI de 1501 o una Real Cédula de Felipe IV de 1654.
El rincón dedicado a fotografía histórica -T5– no es muy grande pero nos da cuenta de lo importante que ha sido este arte para documentar desde el trabajo en fábricas hasta los desastres de la guerra.Una disciplina que muy pronto quedó unida a usos militares en muchos aspectos: por su uso en cuanto a la topografía, cartografía o aerografía; como propaganda política en distintos enfrentamientos; para inmortalizar escenas más agradables como la vida castrense, las promociones en las academias o numerosos retratos que se van a hacer de militares como recuerdo para las familias o para exaltar sus hazañas militares.
Claro está que la fotografía pasó por distintas fases hasta llegar al mundo digital que tenemos ahora. Nicéphore Niépce sería el primer científico que, desde casi principios del siglo XIX, investigó con distintos elementos y superficies para captar una imagen. En 1824 creó el primer procedimiento fotográfico según el cual las imágenes eran obtenidas con betún de Judea extendido sobre una placa de plata después de varios días de exposición a plena luz del día. Poco a poco y asociado con Louis Daguerre irían perfeccionando el procedimiento reduciendo el tiempo de exposición a un día. En 1833 Niépce murió por lo que Daguerre continuó trabajando solo creando finalmente el daguerrotipo en 1838. Consiguió captar una imagen a través de una placa de plata recubierta de una fina capa de yoduro de plata expuesta en la cámara oscura y después sometida a la acción de vapores de mercurio. Luego la imagen fijada se obtenía por inmersión en agua saturada de sales marinas. De esta forma consiguió que el tiempo de exposición se redujera a unos 30 minutos. Al año siguiente se comercializó y adquirió gran fama, compitiendo a su vez con otros procedimientos que fueron saliendo por parte de Hippolyte Bayard, William Fox Talbot, entre otros.
En esta sala del Museo del Ejército podemos ver precisamente uno de esos daguerrotipos con la imagen de Ramón Cabrera Griñó. Un hombre quizá no muy conocido pero forma parte de la extensa historia de personajes militares de nuestro país los cuales quedan inmortalizados en este museo. Cabrera Griñó concretamente fue un líder carlista que participó en la Primera (1833-1840) y Segunda (1846-1849) Guerras Carlistas, apoyando al hermano del rey, don Carlos María Isidro de Borbón, frente a los isabelinos, es decir los que apoyaban a la hija del rey y la que se convertiría en Isabel II. Estas dos guerras (con una tercera incluso) también tuvo tintes políticos entre los más conservadores y los liberales.
Pero centrémonos en nuestro protagonista. Tras la Segunda Guerra Carlista, el general Cabrera acabó en Francia pasando después a Inglaterra donde terminó sus días casado con una rica heredera. En sus últimos años, y a pesar de haber sido durante toda su vida un convencido y comprometido carlista consiguiendo una gran fama en los círculos conservadores, cambió sus convicciones políticas y terminó reconociendo a Alfonso XII como rey. Un hombre conocedor de los avances técnicos europeos por su vivencia en el extranjero y, siguiendo la moda, se hizo retratar de esta manera en 1852 como un civil, con pose segura y sobre un celaje de estudio. El modo retrato de la época… ¿volverá esta moda? No lo creo.
Sin duda una de las salas más llamativas de este primer recorrido es la que hace referencia al patrimonio etnográfico -la T6- con numerosos objetos, armas, máscaras y armaduras tanto de África como de América y Oriente.
Muchos de ellos fueron traídos por militares destinados en aquellas zonas, los cuales quedan también recordados en esta sección del museo, gracias a los cuales no solo conocemos armas sino igualmente costumbres, tradiciones y rituales. Por ejemplo llama la atención una talla ceremonial Malagán de Papúa Nueva Guinea, de la primera mitad del siglo XIX, hecha con madera, fibra vegetal y semillas. El Malagán era una ceremonia para recordar a los difuntos. Estos quedaban representados con este tipo de tallas, el grupo que organizaba la fiesta adquiría también prestigio y además, los espíritus de los difuntos al estar satisfechos por la fiesta proporcionaban igualmente ciertos beneficios como buenas cosechas.
Tanto de América como de Oriente destacan las armaduras, concretamente la armadura japonesa samurái del periodo Edo (1603-1868). Seguro que los samuráis no te son indiferentes. En bien conocido quienes eran: guerreros al servicio de un señor feudal (daimyo) y regidos por un estricto código moral (el bushido) que si rompían, les obligaba a practicar el harakiri. Eso sí, había samuráis que por x motivo no obedecían a ningún daimyo. Estos eran los samuráis vagabundos o ronin, los cuales, siguiendo esas normas morales, viajaban buscando trabajos. Vamos, los Geralt de Rivia del Japón.
Como guerreros que eran, utilizaban armadura y armas. Sin embargo, este periodo Edo se caracterizó por la tranquilidad y una mayor paz, por lo que los samuráis no fueron tan necesarios. Eso se traduce en su armadura, mucho más destinada al homenaje y prestigio que para la guerra. La que se conserva en el Museo del Ejército nos muestra sus partes características: la armadura en sí formada por placas de laca trenzadas, hombreras, mangas metálicas cosidas sobre seda, faldellín bajero y espinilleras. Para la cabeza el kabuto, el casco que la protegía junto con la nuca y el cuello, y el menpo, la máscara que cubría el rostro. Oye y… ¿este casco no se da un aire a Darth Vader?
La T7 se corresponde a la sala de las condecoraciones, necesarias para premiar y distinguir a aquellos militares o civiles por sus méritos y virtudes personales. Las primeras condecoraciones españolas que se crearon fueron la Real y Militar Orden de San Fernando, de San Hermenegildo y la Orden Americana de Isabel la Católica a las que se fueron sumando otras a lo largo del siglo XIX.
Si de algo puede presumir el Museo del Ejército, aparte de armas de todo tipo y un emplazamiento espectacular, es de la gran colección de miniaturas que posee repartidas en distintas plantas aunque tienen su sala concreta en la T8. Entre todas ellas, caben destacar varios conjuntos:
Dejando en el tintero hablar de la sala T9 sobre la historia del Alcázar, el recorrido temático termina bajando una planta. A lo largo de cuatro salas –T10, T11, T12 y T13- vemos esa evolución en el mundo de la artillería, las armas blancas, armas de fuego y las banderas, con especial mención al apartado de restauración de estas piezas textiles. Todo ello ubicado en las caballerizas nuevas, realizadas en tiempo de Carlos I y Felipe II, y las caballerizas antiguas anteriores a las reformas del siglo XVI.
¿Qué te ha parecido el recorrido? Seguro que mucho menos interesante que verlo en vivo y en directo. Ahora ya no tienes excusas para venir a comprobar por ti mismo todo lo que te hemos contado en estos dos artículos.
Esperamos verte pronto en Toledo a pie.
FUENTES: