Museo del Greco
11 de julio de 20248 leyendas de Toledo que tienes que conocer
A quién no le gusta una buena leyenda. Ya sean historias de fantasmas, sucesos extraños, de amores imposibles o amantes que salen victoriosos, este tipo de patrimonio inmaterial de muchas ciudades atrae a muchísima gente a ellas.
Toledo no iba a ser menos. Entre las cosas que hacer en Toledo está la de seguir las placas de cerámica por la ciudad que recuerdan brevemente la leyenda que tiene lugar en un sitio concreto. O por qué no, puedes coger a tu grupo de amigos o familiares y apuntarte a una visita guiada por Toledo donde descubrir, in situ, las leyendas con más salseo.
Por cierto, si te has preguntado cuántas leyendas tenemos… ¡Alrededor de 200 nada menos! Unas 200 historias mágicas que nos explican momentos y hechos de la historia de Toledo de una manera fascinante. Porque sí, no lo olvides. Un relato legendario se sustenta, en mayor o menor medida, sobre una base histórica.
Ahora bien, ¿de dónde sacamos tantas leyendas? ¿En Toledo tenemos mucha imaginación? En parte… sí. Los toledanos durante generaciones nos hemos ido transmitiendo muchas de esas historias. Seguramente cambiando detalles o haciendo nuevas versiones de leyendas antiguas. Aunque no solo hemos sido transmisores sino también creadores de estos relatos. También cuenta con las aportaciones de escritores de los siglos XIX y XX. Quizás el ejemplo más sonado sea Gustavo Adolfo Bécquer. ¿Sabías que vivió en nuestra ciudad? Te contamos un poco en este tour nocturno por Toledo.
Viajando más atrás en el tiempo, los cronistas medievales también pusieron su granito de arena. El arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada -el que inició nuestra magnífica Catedral- en De Rebus Hispaniae o Alfonso X en la Crónica General de España recogen algunas de las leyendas de Toledo más sorprendentes.
¿Estás listo para conocer la historia de Toledo a través de sus leyendas? Más abajo te destriparemos algunas de las más famosas.
Los origenes de Toledo
Sin paños calientes: los orígenes legendarios de Toledo son un jaleo, por decirlo suavemente. Existe un entramado de historias fantásticas, a cada cual más increíble, que cuanto más atrás se remonten en el tiempo mucho mejor.
Dicen que en el peñón sobre el que está Toledo había una montaña altísima. Desde su posición vio crecer a un arroyo que cada vez se hacía más grande y fuerte, hasta que consiguió ser un río. La montaña solía mofarse de él llamándole arroyuelo, hasta que el río no pudo soportar la humillación y decidió embestir a la montaña con su cauce. Solo consiguió arrancarle carcajadas. El río no se rindió. Retrocedió tanto como pudo y, como una flecha, se lanzó contra la montaña. Esta vez el impacto fue terrible. El río consiguió abrirse paso entre la montaña que quedó en un simple peñón. Así pues, en recuerdo de esa hazaña, su nombre es Tajo. ¿A que esta historia podría ser perfectamente un corto de Pixar? Nosotros apostamos por ello.
Entre los fundadores legendarios que más se repiten tenemos a Túbal, el nieto de Noé. Sí, el que te imaginas. El del arca y los animales. Su nieto habría venido a Toledo después del Diluvio Universal para edificar en lo alto del peñón una ciudad. Hombre precavido vale por dos. Se olería otro diluvio. Así pues, Toledo (o Tubleto como la llamaría) sería el gran arca de piedra donde se salvaría la Humanidad. Ojito como se las gastaban en el pasado poniendo la ciudad por las nubes. De hecho ésta y otras muchas historias sobre los orígenes coindicen en que el origen de Toledo se remontaba a los tiempos de la creación del mundo. Se llegó a decir antiguamente que Dios había creado el sol el cuarto día de la creación y lo colocó directamente sobre Toledo. Si has venido a Toledo en verano y has sido de los valientes que nos has acompañado en nuestras rutas por Toledo… ahora lo entiendes todo.
Pero por encima de Túbal y de otros fundadores, Hércules es el top. Habitó una cueva en el peñón que excavó con sus propias manos en la que guardó toda su sabiduría y tesoros. Llegado el momento tuvo que marcharse. Así pues cerró la cueva e impuso una maldición sobre ella: nadie debía entrar en ella o una maldición caería sobre todos ellos. Y como toda buena serie que se precie, el capítulo de los orígenes de Toledo se termina con ese cliffhanger para seguir con la historia de la Cueva de Hércules en un nuevo capítulo a continuación. Un capítulo sobre el fin del pasado visigodo de la ciudad.
El fin del Reino Visigodo de Toledo
Si atendiste en la clase de historia del instituto o nos acompañaste en cualquiera de nuestras visitas guiadas por Toledo, recordarás que Toletum fue la capital del reino visigodo. Además casi 150 años. Un largo periodo de subidas y bajadas. En el 711 llegó la peor: la caída del reino visigodo siendo su último rey don Rodrigo.
A don Rodrigo le conocemos bien en Toledo. Creemos que protagoniza una de las leyendas más sonadas de la ciudad. Precisamente la continuación de la historia sobre la Cueva de Hércules.
Mucho antes de don Rodrigo, otros reyes visigodos que tenían su corte en la capital fueron poniendo un candado a la puerta de la cueva el día de su coronación. Así nadie podría acceder a ella y traer la desgracia al reino. Pasaron los siglos y, el ambicioso don Rodrigo, en vez de añadir un nuevo candado ordenó romper los que ya había. El rey no quiso atender a razones y se introdujo en la cueva con los que quisieron entrar con él.
Una vez en el interior se aparecieron los fantasmas de sus antepasados, que le rogaron que no continuase su camino. Aún así Don Rodrigo descendió a las entrañas de la tierra, hasta llegar a una sala completamente cubierta por terciopelo negro. Allí vio un cofre de madera que guardaba simplemente unos paños en los que aparecían unos personajes que cabalgan poderosos caballos, llevaban telas enrolladas sobre sus cabezas y blandían amenazantes espadas curvas. Una inscripción acompañaba a tan misteriosos personajes: “Oh, Rey que osaste entrar en el Palacio Encantado. ¡Verás como miles de hombres como este conquistarán tu reino para siempre!”. Tras leer estas palabras la cueva comenzó a caer sobre sus cabezas, por lo que huyeron rápidamente del lugar.
Una vez fuera de la cueva, el rey y los suyos pudieron ver como una gran águila salida de una oscura nube dejó caer un tizón encendido sobre el palacio que guardaba la cueva, desapareciendo en un devastador incendio. Apaciguado éste, las cenizas se fueron posando sobre algunos de los hombres de Don Rodrigo y, finalmente, sobre él mismo. A continuación, las cenizas se convirtieron en sangre, lo cual fue interpretado como un terrible presagio de lo que estaba por venir. Un año más tarde, Don Rodrigo y los hombres marcados por las cenizas morían en la batalla de Guadalete y los musulmanes conquistaban la Península Ibérica.
Si has venido a Toledo, quizás te suene que hay un subterráneo conocido por ese nombre: la Cueva de Hércules. Uno de los numerosos espacios de este tipo que hay repartidos por la ciudad y que descubrimos en este tour por el Toledo Subterráneo. Este espacio ni mucho menos es el que se refiere la leyenda. De hecho es un depósito de agua romano del siglo I. Esta identificación proviene del siglo XVI cuando se descubre el depósito y, al no tener ni idea de lo que era, creyeron que estaban ante la famosísima y legendaria cueva.
Llegados a este punto quizás te preguntes: bueno, ¿existe o no existe la dichosa cueva? ¿dónde está la verdadera? ¿o al menos la que inspiró esa historia? Sentimos confirmarte que son preguntas de difícil respuesta o ésta sigue siendo un misterio. Algunos afirman que la cueva no está en el casco histórico de Toledo sino a unos 5km. En un paraje llamado Higares donde hay una cueva de grandes dimensiones, labrada por la mano del hombre, de antigüedad indeterminada. Los investigadores más escépticos ven en esa cueva una antigua cantera utilizada hace siglos para construir la Catedral. Otros, por el contrario, niegan esta posibilidad pues el lugar no parece una cantera en absoluto. Quizás todavía tengamos en Toledo entre manos uno de los mayores misterios de la Humanidad y estemos aquí tan tranquilos.
¿Has vivido alguna noche toledana?
Como en muchas ciudades, en Toledo solemos utilizar ciertas expresiones o palabras locales como alhaja o todas las versiones y posibilidades del “bolo”. Aunque una que trasciende los límites de la ciudad es la expresión “pasar una noche toledana”. ¿La habías oído? Sobre todo la empleamos para quejarnos de una mala noche en la que no hemos podido dormir y al día siguiente decimos: “¡vaya nochecita toledana!”.
Esta expresión parece que tiene su origen en una leyenda en la que se mezclan realidad y ficción al máximo. Para conocer esa realidad, sitúate en los tiempos de Tulaytula. El nombre que dieron los musulmanes a la ciudad de Toledo entre el 711 hasta 1085. En los primeros doscientos años de dominio musulmán, los habitantes de Tulaytula no aceptaron muy bien ser gobernados por los árabes, con lo que de vez en cuando tenemos noticias de que se producían sublevaciones por parte de los toledanos. Con las represalias correspondientes enviadas desde Córdoba por supuesto. Es en este contexto histórico en el que hay que encuadrar la narración.
Corría el año 812 y gobernaba Tulaytula un joven llamado Jusuf-ben-Amrú. No es que fuera el gobernante del año. Era déspota y cruel con todos los toledanos. Tanto era el descontento popular que un levantamiento no se hizo esperar y los toledanos tomaron la ciudad. Una comisión de nobles advirtió al joven gobernador de lo peligroso de la situación, pero éste, ignorando los sabios consejos, continuó intentando defender la ciudad. Los nobles, viendo el percal, decidieron capturar al gobernador. El pueblo pidió la cabeza del joven y… ¡voilà! La María Antonieta del siglo IX.
Los nobles enviaron noticias al Califa de la situación que Toledo había vivido bajo el gobierno de Jusuf y de los sucesos recientes. El Califa hizo llamar a su fiel servidor, Amrú, que no era otro que el padre del gobernador decapitado. Al recibir la noticia de la muerte de su hijo, Amrú pidió al Califa que como pago a sus favores fuera enviado como nuevo gobernador a Tulaytula. Quería gobernar rectamente, enmendar los errores de su hijo y recobrar el honor perdido por su familia. El Califa confió en la palabra de Amrú y éste partió hacia Tulaytula. Los toledanos lo recibieron con miedo y recelo (no te fastidia, ¿y quién no?).
Sus temores fueron infundados. Amrú gobernó de forma paternal y con nobleza ante la aristocracia. Escuchaba a sus súbditos y respetaba sus opiniones. Pero Amrú era orgulloso y ocultaba sus verdaderas intenciones. Necesitaba ganarse la confianza de aquellos que asesinaron a su hijo. Mientras, excavó un foso (por este motivo también a esta leyenda la llaman “la jornada del foso”) en su palacio. La ocasión para su venganza se presentó un buen día que el hijo del Califa hizo una parada en Tulaytula. Amrú agasajó a su invitado con un gran banquete al que previamente invitó a todos los principales de la ciudad.
Los nobles toledanos se prepararon con sus mejores galas para ir al banquete en honor del futuro califa. Las estrechas calles de Tulaytula, apenas iluminadas por las antorchas, veían pasar el cortejo de todos ellos acompañados de sirvientes y mujeres. Ahora viene el giro dramático de los acontecimientos. Al mismo tiempo que accedían a la residencia, la guardia personal del gobernador acompañaba a los invitados a un lugar apartado donde con afilados alfanjes iban cortando sus cabezas y sus cuerpos eran empujados al foso. Cuenta la leyenda que cuando Amrú vio caer la última cabeza exclamó: "¡Hijo mío, ya puedes descansar en paz pues ya estás vengado!".
Esa noche, el resto de toledanos no pegaron ojo por miedo de las represalias de Amrú. Al amanecer quedaron bien advertidos. Los toledanos pudieron contemplar con todo su horror cientos de cuerpos y cabezas que se amontonaban en el patio, mientras que las de algunos, los más principales, colgaban cual pendones de las almenas de palacio. Si eres fan de Juego de Tronos, verás que aquí Amrú se marcó un Lannister en toda regla.
Alfonso VI y... ¿Su caballo rastrea-milagros?
¿Quién es Alfonso VI? ¿Qué hizo este hombre? En lo que respecta a Toledo, fue el monarca que conquistó la ciudad a los árabes en el año 1085. Cuenta la leyenda que al entrar a la ciudad por la puerta de Bab al-Mardum, su caballo se paró y se arrodilló justo frente a la mezquita que había cerca de la puerta. Nadie era capaz de moverle. Quien sabe, ¿se asustaría de las cuestas de Toledo?
Ante esta situación, el rey decidió entrar dentro de la mezquita por si hubiera algo raro. No vio nada hasta que, al salir, por el rabillo del ojo, vio una luz que salía de una grieta en la pared. La tiraron abajo y descubrieron un Cristo crucificado con una vela que había permanecido encendida durante los casi 400 años que los árabes dominaron la ciudad. ¡Milagro! ¡Milagro! Convertirían la mezquita pues en una iglesia, la del Cristo de la Luz. Según la leyenda claro. Ya te contamos más sobre la historia real y documentada de la Mezquita del Cristo de la Luz.
Esta leyenda es quizás de las más repetidas ya que muchos tours guiados por Toledo se acercan a ella. Y como no, las leyendas también son parte importante para el conocimiento de una ciudad.
Además, ¿sabías que en Madrid tienen una leyenda similar? En vez de un Cristo se encontró la imagen de una Virgen con velas encendidas. Sustituyendo a la mezquita el cubo de la muralla. Pero el mismo rey, mismo año… y suponemos que el mismo caballo. Menudo olfato tenía.
Si bien la leyenda del Cristo de la Luz es la más repetida día tras día, casi siempre se olvidan de “la otra leyenda de la mezquita”.
Convertida ya en templo cristiano, poco a poco la nueva iglesia fue recibiendo cada vez más fieles para, según la leyenda, venerar al Cristo de la Luz. Hubo dos judíos sin embargo, Abisaín y Sacao, que llevados por su odio a los cristianos decidieron destruirlo. Se colaron por la noche en el templo y comenzaron a apuñalar la estatua. Para su sorpresa, empezó a sangrar de las heridas. Con el miedo de que este prodigio iba a exacerbar todavía más la devoción de los fieles, la envolvieron con una manta y se la llevaron a casa de uno de ellos. La enterraron en el establo para ocultar aquel prodigio y aquí no ha pasado nada.
A la mañana siguiente, los fieles que se acercaron a la iglesia se lamentaron de la pérdida hasta que uno -el más avispado sin duda- vio un rastro de sangre. Rastro que llevaba a la judería toledana. Ni que decir tiene que, conocedores de quienes habían sido los autores de tal sacrilegio, los cristianos lapidaron a Abisaín y Sacao y devolvieron la imagen al templo.
Judíos: Fuente inagotable de leyendas toledanas
La comunidad judía de Toledo fue de las más significativas del reino de Castilla. Estuvieron presentes en nuestra ciudad desde el siglo IV al menos, siendo especialmente poderosa en los siglos XII-XIII. Su presencia en la ciudad y su gran influencia, incluso dentro de la Corte, al final influirá en la creación de leyendas donde ellos sean los protagonistas… aunque en muchas ocasiones, para mal.
Las leyendas no eran solamente cuentos que servían para entretener. También eran como las fábulas. Tenían un mensaje o una finalidad. Ya sea aclarar hechos inexplicables, enseñar al pueblo a respetar el poder establecido, cómo debían comportarse, de quien debían fiarse o de quién no… Por eso, como la mayoría tienen su origen en época cristiana, en las leyendas los musulmanes y los judíos suelen ser los malos. Ya viste lo que hicieron y cómo acabaron Abisaín y Sacao. En otros de estos relatos, es muy frecuente que una judía (o musulmana) fueran un ejemplo a seguir. ¿Cómo era esto? Se suele repetir la historia de la judía (o musulmana) enamorada de un cristiano y que quiere convertirse al Cristianismo. Si se convertía era la buena. Si no… su futuro en la historia no suele ser muy próspero.
De todas las leyendas relacionadas con el tema, la del Pozo Amargo es sin duda alguna la que todo toledano conoce. Casi sin necesidad de haberla leído en ningún libro. La historia tiene como protagonistas a dos amantes: Fernando, noble caballero cristiano; y Raquel, hija de un acaudalado judío llamado Leví, y que vivía prácticamente recluida en su palacete.
Noche tras noche la pareja se veía en secreto. Cuando todos dormían, Raquel esperaba impaciente en la ventana de su habitación a oír la señal que le indicaría que su amado había llegado. Bajaba entonces a los jardines y allí, al lado del pozo, se declaraban su amor. Hablarían de su futuro. Tal vez dieran gracias cada uno a su dios por haberse conocido. Y con esto eran felices, porque no les pesaban leyes ni personas que pudieran destruir aquellos momentos.
Pasaba el tiempo y al padre de Raquel le llegaron rumores de los encuentros furtivos de su hija con un cristiano. Algo que por supuesto no podía permitir, con lo que encargó a uno de sus criados que se escondiera en el jardín para evitarlo…
Así, de nuevo nos encontramos a los dos amantes junto al pozo del jardín cuando algo se oyó entre la maleza. Miraron a su alrededor inquietos, mudos, pero tras haber permanecido así durante unos segundos y no ver ni oír nada más siguieron con su conversación. De repente, de entre unos arbustos el criado de Leví se abalanzó sobre Fernando clavándole un puñal en el corazón. A Raquel se le heló la sangre viendo como el cuerpo muerto de su amado caía inerte al lado del pozo. Pero así quedaba en la casa de Leví el honor salvado, la ley intacta y los rumores acallados.
Pasaron los días y la pobre Raquel, desconsolada, no paraba de llorar junto al pozo del jardín. Una amargura terrible se apoderó de ella pasando largas horas en el lugar donde Fernando había muerto. Tal era su dolor, tantas lágrimas había derramado, que hasta las aguas del pozo se volvieron amargas. Hasta que un día, creyó ver en el fondo la imagen de su Fernando, sonriéndole y extendiéndole la mano. Raquel no lo dudó. Se abalanzó para fundirse en un abrazo eterno con su amado.
Aquí tenemos una especie de Romeo y Julieta “a la toledana”, pero con cristianos y judíos. Una leyenda que en realidad parece una forma romántica de explicar por qué el agua de un famoso pozo de la ciudad es salobre. Zona donde por cierto pasamos con la mencionada ruta del Toledo Subterráneo. Esta situación es bastante extraña, teniendo en cuenta que muy cerca de él se sitúa la Catedral. Bajo ella se encuentra una de las mayores reservas de agua potable de la ciudad que baja hacia el barrio donde se encuentra el pozo. Pero justo en él se vuelve salobre. Quizá sea porque la roca de Toledo es granito y se filtre agua de otras zonas. O quién sabe. Quizá la amargura de Raquel perdure hasta nuestros días.
Otra judía que no acabó muy bien es la legendaria amante de Alfonso VIII. Llamada igualmente Raquel por cierto. ¿Todas las judías de leyenda se llamaban así? Pues casi. O Raquel o Sara, en alusión a estos dos personajes del Antiguo Testamento. En este caso, la Raquel de Alfonso VIII se hizo muy popular en los años 50 por el libro “La judía de Toledo”. Así que si no quieres leer spoilers, sáltate esta historia.
Cuentan que una mañana en la que el rey Alfonso VIII había salido a pasear, se encontró con la hermosa judía Raquel. El rey no fue capaz de describir lo que sintió al verla por primera vez y desde entonces nunca dejó de pensar en ella. Siguieron viéndose, y lo que en un principio era un cortejo inocente, se convirtió en una ardiente historia de amor.
Sin pensar en los problemas que le ocasionaría, el rey se llevó a su amante judía a vivir a palacio donde también vivía su esposa. Esta situación se extendió la friolera de siete años. Se decía que tal era la influencia de Raquel en el rey que consiguió hechizarle para que colocara a judíos en altos cargos de poder y relajara las leyes contra ellos. Esto no gustó al pueblo que se rebeló contra él. Las malas lenguas dicen que también alentados por la reina.